Señoras de armas tomar by Deanna Raybourn

Señoras de armas tomar by Deanna Raybourn

autor:Deanna Raybourn [Raybourn, Deanna]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-01T00:00:00+00:00


18

Noviembre, 1981

Billie tiene la teoría de que todas las vidas cuentan con su propia banda sonora. Hay personas de big band y personas de jazz suave. Otras son pura teatralidad operística barroca. La suya no es tan estilosa. El día que su madre la abandonó, con doce años, sentada en una pizzería de barrio, sonaba Delta Dawn en la rocola. Nunca volvió a verla.

Y ahora suena If You Could Read My Mind, interpretada por una orquestilla en el bar de un hotel de Chicago donde ella está pasando el rato, esperando a que llegue su compañero después del desastre de Zanzíbar. Vance Gilchrist, el responsable del encargo de esta misión, ha sido de lo más generoso en su informe y ella comprende que estará bajo vigilancia para controlar que su anarquía no se convierte en un hábito. Tiene la oportunidad de redimirse y pretende aprovecharla.

Sentada en la barra, entretenida con una copa de chablis turbio mientras el cantante invoca fantasmas y despedidas, se siente algo mareada por los nervios cuando repasa la contraseña que deben usar para entrar en contacto.

—¿Está libre?

Ella levanta la vista y se enamora, o al menos esa es la sensación que tiene. Pasa un segundo, tal vez dos, antes de contestar. Pero dos segundos son mucho tiempo cuando te cambia la vida.

No es que sea guapo, no tiene nada que ver con los chicos monos y limpitos que atraen a Natalie. Necesita una segunda mirada, pero ahí ya estás perdida. Le saca unos buenos doce centímetros y muestra esa soltura de movimientos que solo procede de la confianza plena en saber que no temes a nada en el mundo. Lleva una camiseta Henley gastada y tejanos desteñidos, además de una cazadora de cuero envejecida y unas botas Frye que tienen al menos una docena de años. Luce una estrecha pulsera de plata en una muñeca y un cordón anudado de algodón en la otra. Tiene ese pelo castaño que se vuelve dorado si está demasiado expuesto al sol, lo bastante enredado como para poder enterrar los dedos en él cuando le estás besando con ganas. La barba y el bigote deberían haberse repasado hace un par de días, si nos ponemos exigentes. No es el caso de Billie.

Él ha estado mirando hacia la barra para llamar la atención del camarero, pero se vuelve hacia ella y da un respingo casi imperceptible: sus ojos marrones de mirada profunda se abren durante un instante y sus labios se separan.

—Oh.

No es un susurro, es más bien una exhalación, una afirmación. Le dedica una mirada larga que parece decir: «Por fin, eres tú».

—Sí —responde ella.

Él se vuelve hacia el camarero y levanta la mano al tiempo que se sienta en el taburete de al lado. Un minuto después el camarero le planta una cerveza delante; el líquido de la botella burbujea un poco. Él se la lleva a la boca y da un trago largo, luego clava la mirada en ella y bebe de nuevo.

—Creo que no se me da bien ir de guay —dice él al final, antes de dar otro trago.



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